Project Description
El ratón loco
Guillermo San Román Tajonar
– No estás paranoico- dijo mi suegro, un exfuncionario de primer nivel con quien el sistema fue siempre ingrato-: se llama ‘el ratón loco’.
Debí anticipar el percance. No he cambiado mi credencial de elector en 10 años. En retrospectiva, me sorprende no haberla perdido. Incontables licencias de manejo, credenciales de escuela, hasta tarjetas de crédito sufrieron de una suerte desconocida. Pero no la del INE. Y como el INE anunció que las credenciales vencidas en 2020 serían válidas, no creí que hubiera problema.
El plan era que iríamos primero a mi casilla, a una calle del domicilio de mis padres. Al volver pasaríamos a la de Mariana, mi esposa, que está a una cuadra del domicilio de sus padres.
Aunque el sol estaba insoportable, la calma en la ciudad era inusual: poca gente en la calle, poco tráfico, ni siquiera hubo ley seca.
Al llegar a la casilla, la misma donde he votado toda mi vida, empezaron los problemas. El sol ya molestaba y me puse de malas. Era la una de la tarde. Resultó que en 2017 hubo redistritación, y la sección electoral que constaba en mi INE ya no existía. Un personaje iba acomodando a la gente para votar en la casilla principal o en la contigua. Entró y salió tres veces antes de saber qué hacer conmigo. A la cuarta, concluyó que no me correspondía votar allí, a una cuadra de la casa de mis papás, donde voté siempre, y, para no hacer el cuento largo, me dijo que me fuera al diablo. Empecé un berrinche que duraría cuatro horas.
Me tomó dos minutos en el celular resolverlo. El INE había previsto el caso, y en letras grandotas decía que sí me tocaba allí: la sección 182 se había convertido en la 791 y estaba en el domicilio correcto. Fui e hice lío. Y gané. Y me metí.
El calor ya estaba insufrible. Sudado y triunfal, llegué hasta la mesita de los representantes de casilla y presenté mi credencial de elector. Quién sabe cuántas veces revolvieron el padrón electoral. Encontraron a mi papá, a mis hermanos, y después, a muchos extraños. Yo no estaba. La señora presidenta de casilla concluyó que no me correspondía votar allí, a una cuadra de la casa de mis papás, donde voté siempre y, para no hacer el cuento largo, me dijo que me fuera al diablo.
Ahora sí no se me ocurrió qué hacer. Así que me fui, derrotado y refunfuñando. Me dediqué a despotricar en Twitter, para descubrir que mucha gente en todo el país estaba pasando por lo mismo. Para cuando terminé mi diatriba, ya estábamos en Los Molinos, en la casilla de Mariana. Ella votó sin problemas. Entró y salió. Ni siquiera me pude acabar el cigarro.
Caminamos hasta casa de sus papás, que nos esperaban para comer. Orgullosos, los suegros me enseñaron sus dedos pintados. Les conté mi historia. Avergonzado, con el dedo sin marcar. Mi suegro insinuó que tal vez no era un accidente que tanta gente estuviera pasando por eso. Esperó mi reacción antes de decir más. Yo lo había pensado, pero no quise decir nada, para no pasar por paranoico.
– No estás paranoico- me dijo -: se llama ‘el ratón loco’.
El ratón loco, me explicó, es un ardid: se trata de revolver la lista nominal. La gente sí está, pero la ponen donde no es, a menudo en otra casilla. El objetivo es desalentar a los votantes non gratos: que nos cansemos de buscar y terminemos en el siempre mayoritario grupo de abstencionistas. El ratón loco va de casilla en casilla, hasta que se aburre, se cansa, se muere de viejo, o hasta que acaba la jornada electoral.
Hasta lo buscó en internet y me lo mostró, como para que constara que no lo acababa de inventar. Después me contó que en su tiempo en el régimen lo había visto de cerca: Que trienio tras trienio recibió la consigna de hacer literalmente TODO lo posible para que El Partido ganara. Luego, me dio el número del INE.
Cuando uno llama al INE se enfrenta a un conmutador. Hay como 100 opciones. Tras escuchar todas, marqué la que parecía aplicar a mi caso. Y me salieron otras 100 opciones. Cuando las escuché todas, escogí de nueva cuenta la que más se parecía a lo que quería contar. Luego esperé. Como los operadores en cualquier lado siempre están ocupados, aguardé 20 minutos. Finalmente me contestaron, y cuando empecé a relatar mi historia, la llamada se cortó.
Más berrinche. Empezar otra vez. Cuando finalmente escuchó mi odisea, la voz de mujer al otro lado de la línea me trató como pendejo. Se imaginaba que me equivoqué de casilla. Seguro escuchó casos así todo el día. Por sus preguntas, me di cuenta de que estaba en la misma web que yo había visitado al inicio de la jornada. Le di todos los datos de corrido, sin esperar a que preguntara, y cambio su actitud. Entonces, amablemente me dio otro número de teléfono. Pero también me dijo que exigiera que se levantara un reporte.
Hice todo lo que me dijo. A las 5:20 de la tarde, el tercer operador telefónico del día me dijo, para mi sorpresa, que volviera a la casilla donde me habían mandado al diablo. Pero me dio el número de página y el número consecutivo de mi registro en el padrón. Levantó mi reporte en su máquina de escribir invisible.
Tomé el coche y volví a la casilla. Quedaban diez minutos. La señora presidenta me reconoció a la entrada y gritó:
– ¡No puede votar! ¡No está en el padrón!
Gente me cerró el paso.
Valientemente blandí la servilleta donde apunté los datos que me dieron en el teléfono, y mis adversarios, como orcos tolkienianos en un día más bien kafkiano, fueron repelidos. De nueva cuenta me abrí paso hasta la mesa de los que tienen el padrón. Otra vez me buscaron por alfabeto. Otra vez no aparecí. Otra vez me iba al diablo.
-¡Esa no es la página!- rugí, y señalé los números que constaban en mi papelucho. Y aparecí. Y voté. Y mi dedo fue marcado.
– Valió la pena – dijo mi suegro más tarde. – Tu voto será el decisivo. Vas a ver.
Al final del día, el gran escamoteador le había ganado dos a uno a mi gallo. Menos mal que no hubo ley seca.
Guillermo San Román Tajonar (1982)
Docente en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), imparte las materias de estadística, epistemología y teoría social.
Participó en la edición 2021 del Diplomado en Géneros Periodísticos de la ELE, comenzando su carrera como creador.