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¿Cuántas casas conoces sin puerta?
Mariana Piñera
La primera vez que pasé por la casa, tenía doce años y no vi mucho. Desde el auto en movimiento solo pude ver una barda con grafitis que tapaban la entrada y ventanas rotas.
Fue hasta ese entonces que entendí que había sido un crimen real. Como niña queretana, crecí oyendo sobre “La hiena de Querétaro”, era la historia que te contaban en lugar de la Llorona. Pero no se me ocurrió pensar en eso hasta que estuve frente al lugar. Cerré los ojos un momento y traté de imaginar el horror de esa noche.
Como toda tormenta, antes debía haber calma. El domingo 23 de abril de 1989, tres niños corrían entre muchos otros, jugando con los globos de agua en el campo central de fútbol en el Colegio Fray Luis de León. Era la kermesse anual de la escuela. Su padre, Alfredo Gutiérrez, debió haber estado atendiendo un puesto de comida, allá por las canchas de basquetbol. Su madre, Claudia Mijangos, a pesar de ser maestra de religión en el colegio, no había asistido con tal de no encontrarse ni con su ex esposo ni con el director. Ese fraile, hombre guapo y alto, de ojos azules y con buen porte, era la perdición de Claudia. Ella decía y quería estar con él, él lo negaba todo.
Fuera del drama de sus padres, los niños tuvieron un gran último día, como un regalo que esconde una bomba.
La segunda vez que pasé por la casa, ya tenía catorce y fui por mera curiosidad. Unos días antes nos habían dicho en el Fray, mi escuela, que el tema estaba prohibido porque incomodaba al director.
Ya entradas las nueve de la noche, Alfredo dejó a sus hijos en casa de su ex mujer. Se supone que sería como cualquier otra noche.
En la madrugada del 24, comenzaron las voces, le decían que Querétaro se había convertido en un mundo de espíritus, la atosigaban afirmándole que todos estaban muertos. Luego las voces se convirtieron en una que ella conocía muy bien, la del director del colegio.
“Claudia, cariño, ¿sabes que yo te quiero mucho?”, su voz se le metía en el alma. “Claudia, yo soy un hombre de Dios, tú una mujer cristiana. Ambos sabemos que hay maldad en el mundo. Los niños, los niños son malos. Son demonios, amor, demonios malditos que no te dejan ser feliz. Son demonios que nos impiden estar juntos. Claudia, jamás serás libre. Mátalos. Mátalos”
La Mijangos tomó tres cuchillos de la cocina, uno para cada niño. El primero fue el menor, Alfredo Antonio, de seis años. Con él se ensañó, después en la autopsia, se revelaría que sufrió veintidós heridas, tantas que terminó arrebatándole la mano izquierda. Claudia María, de once, vió lo que su madre le hizo a su hermano y corrió. Trató de bajar las escaleras, pero la Mijangos la alcanzó y la apuñaló hasta el salón de la chimenea, mientras la niña luchaba. Finalmente subió al cuarto de Ana Belén, que tenía nueve. Se había escondido en el closet, pero su madre la encontró, solo logró darle una mirada de súplica antes de morir. Cuando terminó, la mujer movió todos los cuerpos a la habitación principal y se acostó con ellos.
Unas horas después, una amiga de Claudia tocó el timbre. Verónica Vásquez había recibido una llamada a medianoche de parte de Claudia, pero ella no se acordaba. Tras insistir varios minutos, la Mijangos al fin bajó y abrió, no parecía percatarse de la mirada horrorizada de Verónica al verla, o de cómo salió corriendo al llegar a la sala y ver tanta sangre. Ella regresó arriba y se quedó ahí hasta que la policía la encontró.
En el IMSS ella se veía normal, al despertar parecía confundida, pero no fuera de sí. Le preguntaron dónde estaban sus hijos.
—Mis niños están dormidos en la casa, yo quiero mucho a mis hijos, son niños muy buenos y no son traviesos —fueron sus palabras.
No se acordaba de nada, seguía repitiendo que sus hijos estaban bien.
En la casa solo aparecieron tres periodistas, el de la cámara, el jefe y el aprendiz. El aprendiz, Alejandrino Hervert, dijo que nunca pudo olvidar al pequeño Alfredo, que junto con sus hermanas, en camillas y cubiertos con sábanas blancas, abandonaron la casa.
La última vez que fui a la casa, estaba tan abandonada como siempre. Esa vez fui con amigos y uno se asomó. Dijo que no tenía puerta, ¿cuántas casas conoces sin puerta? Tal vez nunca tuvo puerta, aún cuando sí lo hacía. Tal vez siempre estuvo destinada a no tener puerta. De esa última visita nos fuimos medio atontados, sabíamos que después de 30 años, justo el 24 de abril del 2019, la Mijangos había salido del psiquiátrico al que había sido trasladada.
Mariana Piñera (2003)
Actual estudiante de preparatoria, cursa también la carrera técnica en creación literaria en la ELE.
Su estilo fresco y juvenil develan actitud de observación y sensible inquietud creadora.