Project Description
Caldo Tlalpeño
Claudia Ivonne Hernández
Pocas veces se llevan a cabo dos ejecuciones el mismo día. Pensaríamos que es por humanidad pero en realidad es por economía. Sale muy caro disponer del doble de verdugos para ejecutar a dos personas al mismo tiempo. Pero este día, el administrativo se puso espléndido.
El pasillo de la muerte suena a silencios acongojados. Silencios resignados. Suena a suelas desgastadas de tanto ir y venir con la última noticia.
El pasillo de la muerte huele a visitas sudorosas. Huele a sangre coagulada ya de tanto esperar.
Pero también huele a sopa caliente. A pizza. A espagueti. Huele a arrachera, a t-bone. Huele a salmón a las finas hierbas. Huele a pastel de chocolate. A brownie.
En el pasillo de la muerte todo pasa y todo se queda. El olor, el sonido, el silencio… el recuerdo. La espera y la angustia. El pasillo de la muerte es como el principio y el final.
Dos condenados a muerte de origen mexicano compartían detrás de las rejas, en una fría celda, el antojo de su última cena:
– Ojalá tengan en el menú chiles en nogada.
– Yo espero que puedan conseguirme un muy buen caldo tlalpeño… lo pedí con garbanzos… para acordarme de mi pueblo.
– Si yo me acordara de mi pueblo, preferiría una tostada de nopales con tantarrias…
– Tanta qué? –Replicó el compañero de celda-
– Tantarrias. ¿No me digas que no las conoces?
– Pues no. ¿Son bichos o algo así?
– Sí. Aparecen por lo general en septiembre y la gente suele cazarlos para cocinarlos con nopales y chile.
– Chale… yo no conozco mucho de bichos… lo único que llegué a probar fueron los gusanos esos que venían en las botellas de mezcal.
– ¡Ah sí! En Oaxaca acostumbran a meter el gusano de maguey en la botella de mezcal para darle sabor. Dicen que es afrodisiaco.
– Achis, achis… ¿será? A mí me supo como a tierrita… tenía un sabor raro… como a tierra mojada… no sé.
Ambos guardaron silencio, como si el recuerdo de la tierra mojada los hubiera expulsado a algún lugar en donde la lluvia deja huella.
Los condenados miraban fijamente al frente. Su visión de rayo láser atravesaba las paredes tratando de llegar hasta la cocina:
– Mezcal de Oaxaca… yo lo probé en una cantina escondida en Tolimán.
– ¿Dónde está Tolimán?
– Es un pueblo de Querétaro… ¿Conoces?
– No. Nunca pude ir para allá. Aunque en el camión en el que cruce la frontera, había gente de allá, de Querétaro… decían que era rete bonito…
– Si… es muy bonito. Pero más bonito son sus pueblos… los escondidos. De los que casi nadie habla. En uno de esos, probé el mezcal con el gusano ese que dices. Un compadre y yo, estábamos sentados afuera echándonos un vaso de pulque y que de repente llega el cantinero a presumirnos que le acababan de traer esa madre… quesque mezcal de Oaxaca. Y nos dio un trago… ¡está fuerte!
– ¿A poco si? ¡¡Fuerte el bacacho!! O el wisky adulterado… ¡eso si es fuerte!
Sendas palmadas y carcajadas ahogaron el silencio fúnebre del pasillo. Después, volvieron a callar. Cada uno buscaba en su propia respiración el valor para pronunciar la siguiente palabra. Cada suspiro, se convirtió en un trampolín para la siguiente pregunta:
– Y tú ¿por qué estás aquí?
– Pues en la redada cruzando la frontera me agarró un gringo y me defendí. Pero psssss se me pasó la mano y lo maté. Pinches gringos… se creen que porque son güeros puede abusar de todos…
– Algunos no son tan malos…
– Psssss quien sabe… lo que a mí me pasó fue eso… está bien que estuviera cruzando de ilegal, pero tampoco se valía que abusaran así… a dos de mis compañeros, les dispararon por la espalda… a poco yo me iba a dejar… pssss no. Por eso me le fui encima y le descargue su propia pistola en la cabeza. Y tú… ¿por qué estás aquí? ¿A quién mataste? Tienes cara como de traficante o algo así.
El condenado solo sonrió:
– Ya se tardaron mucho con la comida ¿no?
– No pssss no sé… es mi primera vez aquí.
Efectivamente. Era la primera vez para los dos. Una primera y única vez.
– El platillo tradicional en las fiestas patronales de Tolimán son los garbanzos en caldo amarillo. A veces los hacen en chile negro o rojo… con espinazos.
– Ya no sigas güey, que me voy a arrepentir de haber pedido chiles en nogada.
– Yo nunca los he probado…
– ¿En serio? Si te gusta lo agridulce si te van a gustar… son como chiles rellenos pero en lugar de queso o atún, les ponen un revoltillo de carne con pasas y almendras y quien sabe que tanta madre. Están muy buenos. Mi suegra los preparaba. Me acuerdo que para el cumpleaños de su hija, organizaba el fin de semana más próximo y preparaba un comilón con chiles en nogada.
– Así que eres casado…
– Era… al paso de los años encerrado, mi matrimonio se acabó. Después de cinco años, ya no regresó… no supe ni me quise enterar por qué dejo de venir. Supongo que me lo merecía…
Suspiró como guardándose el dolor en lo más profundo de su pecho y al cabo de unos segundos, recuperó aliento:
– Yo vine a los Estados Unidos para mejorar nuestra vida. Pero las cosas no salieron como yo quería… creo que el pinche pollero nos entregó. Ojalá hubiera matado al cabrón ese en vez de echarme al gringo…
– ¿Por qué crees que los entregó?
– Mira, primero nos encerraron muchos días en unas casas quien sabe dónde. No nos dejaban salir… no podíamos ni asomarnos por las ventanas. Ni abrir la puerta… nada. Moríamos de calor. Yo no sé cuántos días pasaron pero si sé que fueron muchos. A las mujeres se las llevaron a otro lado. Yo calculo que pasaron unas tres semanas antes de que un fulano llegara por nosotros para cruzarnos al otro lado. Pero nomás caminamos unos 15 minutos y cuando acordamos, ya venía la tira sobre nosotros y del pollero, ya nadie supo nada.
La campana de la cocina sonó y el entusiasmo de los condenados por la comida interrumpió la conversación. Las suelas del cocinero rechinaban cada vez con mayor fuerza anunciando la llegada de la última cena. En un plato sirvieron dos chiles en nogada y en el otro, el caldo tlalpeño y a un lado, tortillas blancas. De tomar, coca cola para ambos.
Ya estaba servida. Era la última cena de los dos. Se miraron. Miraron los platos. Saborearon la comida pero ninguno se atrevió a probar ni un solo bocado.
– Tu caldo se va a enfriar
– La verdad es que no se para que tanta mamada de la ultima cena si con la angustia de la muerte, ni ganas te dan de comer…
El caldo humeante apresuraba el encuentro con la inyección letal. Los chiles en nogada escurrían el dulce de las almendras y las pasas revueltas con la carne… escondiendo la intención del último bocado: prepararlos para su muerte.
– Bueno güey, pero no me has dicho ¿por qué estás aquí? ¿Qué hiciste para que te condenaran?
El pasillo volvió a rechinar. Los pasos se hicieron muchos y cada vez más cercanos. Era el comité de despedida. Los policías y sacerdotes que venían por los condenados.
Apenas tuvo tiempo de contarle y solo alcanzó a decirle:
– Yo era el pollero…
Se levantó y extendió los brazos a sus verdugos. Dejó el caldo tlalpeño en su lugar. Servido. Humeante. Los garbanzos flotaban en el caldo amarillo tal y como lo había pedido. Su compañero de celda lo miró atravesando el pasillo. Miro el caldo y sus chiles en nogada y como en un acto de cruel venganza, devoró el caldo aún caliente.
Claudia Ivonne Hernández (1973)
Directora de Radio y Televisión Querétaro, es una apasionada periodista con intereses literarios. Pertenece a la Carrera Técnica en Creación Literaria en la ELE y destaca por su creatividad sintética e impactante.